Años atrás, me carcomía el pensamiento de “no ser recordada”, temía marcharme sin dejar huella a nadie o a nada, reafirmando, así, el constante zumbido del “estamos solos”.
Creo que no quiero ser rememorada ni notada. Poder hacer todo desde un lugar recóndito de la tierra, sentir que no tengo importancia.
Tal vez no quiero ser nada… ¿Por qué se me obliga a ser? ¿Por qué se presuponen que quiero ser? Como si fuera nuestro objetivo… Pero si no soy, si “no funciono” se me echara fuera de todo este entramado. Sin embargo, soy en esencia un animal social -o eso he escuchado- y, en contra de mi voluntad, muy apegado… así pues, tal hecho sería la llegada de mi muerte.
No quiero ser recordada, no quiero ser nada. ¿Puedo ser una mera observante que, desde su anonimato (si és que existe), se dedica a establecer sus conclusiones y propósitos? ¿Tengo propósitos?
Hay días en los que me levanto pensando que hay millones de personas maravillosas que podrían aprovechar mi vida mejor que yo… Ojalá poderles regalar mis años en la tierra (sin saber a ciencia cierta cuántos) para que pudieran seguir expandiendo su alegría y sabiduría. Aunque, quizá, no me lo aceptarían. Quizá, el trasfondo de sus bellos seres viene de ser consciente de la muerte amenazante.
Hay épocas en las que me levanto y solo quiero respirar. ¿Si eso ya me cuesta un esfuerzo porque me obligo a hacer más?
La contradicción circula por mi cuerpo. El cuerpo…

I
TORNA A L'ÍNDEX!

Mi casa siempre ha sido la viva imagen de una estancia de los ochenta. Los colores, los muebles, los estampados, las paredes... hasta nosotros mismos parecemos salidos de esa época. Me gusta. Es la esencia ochentera ecléctica y renovada. Una mezcla nuestra, como si fuera nuestra decisión. Adoro mi casa, pero aún más adoro y quiero quiénes son dentro.
A medida que han ido pasando los años, mi sensación de casa se ha ido haciendo más grande. Ahora, envuelta en paredes blancas, muebles rancios y luz, me doy cuenta que también la siento como mi casa. Se me hace extraño.
El cambio no lo entiendo, pero me encanta. Me encanta que toda forma y situación varíe, sin embargo, también me aterroriza.
El otro día, me levanté a media noche. Tenía calor. Mucho calor. Empecé a abrir ventanas, puertas, ponerme otra ropa que no me abrigara... Pero el calor ya no estaba en mi cuerpo... sino en mi mente. La culpa, el temor y la ansiedad me acechaban sin cesar.
Me pasa a menudo... Mis emociones y mis ataques varían a cada minuto. Podría parecer que es una manera de entretenerse... Quien sabe, quizá mi cabeza a buscado mantenerse distraída de este modo toda mi vida para no toparse con la realidad.
Me siento agradecida por la buena salud de los que quiero y valoro, por mi propia buena salud.
Mi madre y mi hermano aún trabajan. “Es lo que tiene la enfermería” siempre me dicen. Adoro su constancia, su valentía y su amor por los demás.
Estoy inquieta. No sé qué pasará este verano con todas esas familias que no tienen recursos... ¿Tendrán verano sus hijos? ¿Podremos lograr encontrar suficientes voluntarios i voluntarias? O quizá, aunque los encontremos, no se podrá llevar a cabo. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en ellos, de trabajar para crear un verano digno.
Este confinamiento me está obligando a pensar. A tener tiempo. Y no quería eso... no ahora. Trabajar sin parar, estudiar, involucrarme en proyectos de ayuda, buscar tiempo para pasar con los que quiero, esa era mi vida. Y, aunque en el fondo quería un descanso, me está costando mucho tenerlo ahora...
El cambio, la pausa. La asignatura ha sido un cambio y una pausa.
Nuevos patrones de relación, con mi familia, con las amistades, con los compañeros, con los profesores... Otros componentes de identidad, incluso identidades mezcladas. Un mundo digital del que yo tanto he querido alejarme y del que ahora me he visto obligada a entrar. Saturación. Saturación de tener todos mis espacios conectados. Universidad, trabajo y casa en un mismo sitio, desbordada por no saber romper esas vinculaciones.
Psicología del arte ha sido un pequeño huequito donde poder plantearme situaciones que suelo dejar pasar, cuestionarme mi salud mental, mi forma de hacer, mi proceder.
Me cuesta saber parar. Y cuando físicamente lo consigo, mi mente continúa metida en embrollos.
Esta nueva fórmula de clase digital me ha servido como un lugar donde acudir para reflexionar, pensar y descansar la mente. Porque, aunque lo presentado me obligara a cuestionarme situaciones actuales, incluso de mi vida, lograba hacerme reposar al darme herramientas para desliar, darle voz y entender momentos o palabras, que antes no entendía.
Una nueva fórmula que me ha sido de más ayuda que si la clase hubiera continuado en la misma línea presencial. Era la perfecta vía de escape, donde poder releer pensamientos, teorías y opiniones de compañer@s, la profesora y la mía propia. No se quedaban tan perdidas como en esas horas matinales en el aula, sino que, al estar ahí fijas podían ser leídas, escuchadas e interpretadas en cualquier momento del día. Y es que, según el momento en el cual lo leía, mi manera de ver la toda esa información llegaba a variar. Poder replantear cosas dichas.
Sin lugar a dudas, una página web me ha parecido la mejor opción para que cada uno de nosotros se distribuyese su tiempo, como quisiese. Para tener la oportunidad de releer, de tener el espacio para responder, con calma, sin relojes. Y ese ápice de libertad, en el contexto que vivimos, ha sido un soplo de aire fresco que yo, por lo menos, necesitaba.

II

Escrito sobre psicología del arte.



Para calmar mis ansias -y las de cualquier otro ser humano- está la vieja frase del “tú crees que se va acordar el/ella de esto?”. No me sirve. Como si la preocupación viniera por el otro cuando, efectivamente al no marchar con ese mal remedio, viene de un@ mism@. No me gusta que se me malinterprete -ni malentender-, quizá por esa misma razón me aclaro siempre preguntando tanto, pero aún pudiendo llegar a entender la efectividad de la frase en situaciones que el trasfondo no venga dado de una inestabilidad e inseguridad profunda, ¿por qué hacer uso de ella cuando en general ese contexto no suele ser el habitual? Soluciones rápidas como ver una película para no dar vueltas a una decisión que tienes que tomar. En el momento son efectivas pero a la larga solo han cubierto sin éxito el bulto.
Es curioso pensar en el malestar psíquico como bultos que se dan más comúnmente en el cuerpo físico. Como algo que poder extraer. ¿Se pueden llegar a eliminar? O, como los tumores malignos, ¿pueden volver a reaparecer?.

III


Quiero conducir un coche mirando por la ventana. Siendo más franca, a menudo conduzco mi coche mirando por la ventana. Antes, tenia piloto automatico. Yo me sentaba detrás a descansar. Ahora ya estoy como manejante, pero me aterrorizan tanto los cambios de marchas que miro el paisaje de mis alrededores para hacerlo. Que bonito que es el paisaje… y que paz me entrega.

Las marchas me reclaman.


IV
TORNA A LA PORTADA!